Las múltiples investigaciones sobre videojuegos de los últimos años nos vienen a decir que los hombres y las mujeres, al expresar una serie de preferencias predeterminadas sobre los juegos, lo convierten en una actividad altamente segregada por géneros, o en un argumento espejo, que los juegos vienen generizados de fábrica y que construyen el género de su usuario cuando éste juega con él (como la muñeca haría niña a la niña). En ambos casos se supone que tanto los videojuegos como las chicas y los chicos son lo que son antes de entrar en relación. En este texto proponemos una mirada que problematiza esta evidencia y se pregunta por los procesos y prácticas concretas que hacen que géneros y tecnologías se conviertan en entidades obvias e incuestionables durante el juego.

Para ello exponemos los resultados de una investigación de corte cualitativo realizada en Barcelona, en la que padres y madres después de haber jugado con sus hijos e hijas a videojuegos durante una hora nos exponían sus puntos de vista sobre la actividad realizada, las relaciones de sus hijos e hijas con los videojuegos y su propia relación con la tecnología.